sábado, 29 de enero de 2011

Lo que me saca, lo que me pone del orto, lo que me exaspera, desespera, lo que me indigna, lo que me sorprende, lo que me enoja, lo que me deja sin palabras, lo que me provoca puteadas es la ESTUPIDEZ. Ajena claro. Mi estupidez me resulta simpática.

No soy de disculparme por como soy. Ni de explicarme, excusarme o aclarar el porqué de mis palabras, de mis actos o de mis reacciones. Soy así. Si necesitás una explicación obvio que te la doy pero nunca estoy pendiente de que me entiendas.

Pero cuando todo todo todo lo que uno dice o hace es malinterpretado, siento la necesidad, la inquietante y atormentadora necesidad de aclarar el motivo de mi accionar. Es horrible. Lo siento esclavizante. Lo vivo limitante. Es no poder ser como soy con determinadas personas. Y no hay peor sentimiento que sentirse censurado. Odio censurarme. Me ahoga. Me falta el aire.

Y como me gusta respirar, escribo acá. Me explico. Para que entiendas. Para que no entiendas. Para que veas que en circunstancias normales tu maldita reacción me importaría un carajo. Pero que en estas circunstancias, en donde mi libertad expresiva parece estar todo el tiempo cuestionada, tu maldita reacción -o falta de- me turba tanto que siento la obligación de aclarar, aclarar y aclarar.


Así que te aclaro.

Te quiero. Significa solo eso.
Te extraño. Significa solo eso.


No es una maldita declaración de amor.


Recuerdo cuando hacerse amigo de alguien era muchísimo más fácil.

No hay comentarios: