Mi primer amor de adolescencia fue también mi primer beso. No recuerdo haber tenido experiencia más dolorosa que esa. Días después de ese beso, cuando la boca ya se me había deshinchado y el rojo comenzaba a atenuarse, decidí que él era el amor de mi vida y que quería ser su esposa. No me importaba si él nunca descubría que beso no es sinónimo de mordisco, yo ya había tomado mi decisión. Claro que la pasión me duró hasta ese fin de semana cuando, sentados en las canchitas de paddle de "El Bosque", no podía dejar de prestar atención al moco gigante y verde fluorecente que tenía en la nariz. Nunca más le volví a hablar. No daba.
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3 comentarios:
Dios Santo! Pusiste lo del moco fluo, jajaja! Muy bueno!
Jajajaja...es una razón válida para dejar a un novio!
Algún día deberías llamarlo y contarselo!
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