viernes, 7 de enero de 2011

A mí los chicos no dejan de sorprenderme. En realidad, mis sobrinas. La verdad que nunca, en mi vida adulta (malísimo como suena eso), tuve un contacto cercano con ningún niño. Hasta el momento que llegó a nuestras vidas una reina con ojos del tiempo que logró -y logra cada vez que la veo- sorprenderme, conmoverme y hacerme morir de risa de un segundo a otro. Más adelante, a little princess de cachetes seductores, mirada seria y sonrisa picarona me recordó lo fantástico que son los niños, lo increíble de su capacidad aprehensiva y su facilidad de amar incondicionalmente.
Mal para nosotros, y para ellas en un futuro también, que estamos moldeados/limitados/condicionados por la sociedad y/o cultura en la que estamos insertos. Y de un día para otro aprendemos a ser deshonestos, a decir mentiras, a sentir vergüenza. Se nos inculca que hay cosas que hay que callar, que es mejor disimular la verdad para no hacer sentir mal al otro -o para no quedar mal con el otro- y que tenemos el derecho de ser condicionales con la persona que nos ama.

A mí nada de esto me importa. A ella nada de esto le importa. Porque adoro la libertad. Adoro ser libre en mis acciones y en mis palabras. Como lo es ella. Como deberíamos ser todos.

Tengo una reina con ojos del tiempo que me recuerda que ya usé muchas veces un mismo vestido, que me dice que me planche el pelo, que me dice que no le gustan mis ojos pintados de negro.
Tengo una reina con ojos del tiempo que halaga mi ropa, que me dice que me ama y que da besos y abrazos sinceros cada vez que tiene ganas.

Este post es para vos, mi reina, porque te amo con todo el alma. Y porque celebro tu autenticidad.

Ojalá nunca la pierdas.

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