domingo, 6 de febrero de 2011

Después de una cena tardía decido ir a andar en bici. No hay nada mejor que un paseo nocturno. A las 3 de la mañana casi no se escuchan ruidos de autos ni el barullo de la gente. Sólo el viento soplando, el ruido de las hojas y algún que otro perro desubicado. Es como si la ciudad casi te permitiera fingir que estás en otro lado. Y yo finjo. Finjo que es marzo y estoy lejos de acá. Lejos de todo y de todos. Y tengo la mente tan blanca como la ceguera de la que me estás contando. No hago cuentas, no pienso en sillones, no planeo hijos ni reniego por hombres. Todo en blanco. De repente me dejo llevar y cierro los ojos. La brisa y el olor del aire me trasladan a noches en El Bosque donde la soledad era un sentimiento inimaginable. Qué tiene de malo la soledad? Solía pensar que era una terrible desgracia. Ya no lo pienso.
Por momentos abro los ojos. Pienso que mi torpeza y desorientación innata van a provocar que choque contra un auto. No choco contra nada pero indudablemente me es imposible andar en línea recta.
Vuelvo a casa. Contenta. Será la liberación de endorfinas? Sólo me espera Marley semi dormida entre mis almohadas. Veo rastros de lo que debe haber sido una disputa con Ñata. Pienso en retarla pero sólo la miro y le digo que vamos a hablar de eso por la mañana. Ella se ríe. Se ríe de mí la muy atrevida. Como si mis retos fueran en vano. Como si mis retos fueran inexistentes.
Me acuesto al lado de ella y le hablo. Ella se ríe de mis ocurrencias. Esta vez no de mí sino conmigo. En varias ocasiones me dijo que le parezco graciosa. "Si, cuando no soy un fastidio soy bastante graciosa". Me duermo.


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