Me despierta a las 8 de la mañana. La muy desgraciada. Sabe que es mi franco pero igual me despierta. Es que le urge. No sabe aguantarse la maldita. No sabe o lo hace para joderme la vida. La miro y le digo que me deje dormir. Que me dejes dormir carajo! Pero me levanto y la saco. Con la campera arriba de mi pijama celeste con el dibujo de una vaca, despeinadísima, con el maquillaje del día anterior desparramado por toda la cara y con una mala onda bastante importante.
Paseamos, paseamos y paseamos. No entiendo nada. Pasa un perro por al lado nuestro que se llama Perrosky. El dueño le grita: Perrosky! Perrosky!. Nos miramos con Marley y nos cagamos de risa. Sí, perro. Nos estamos riendo de vos. No te podés llamar así. Otro perro con un pullover más feo que el que tiene mi perra. Se olfatean. Marley se lo monta (para no perder la costumbre). Marley! Acordate que sos hembra! Marley se acuerda de que es hembra y deja de montarlo. Es cuestión de dominio y poder, dicen. Mi perra poderosa. Se garcha a todos los perros. Se los garcha de atrás, de costado y por la cabeza. No entiende bien como funciona el asunto pero ella es feliz con su garchada. Y yo la dejo ser. Dejo que explore su sexualidad. Porque soy una madre copada.

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