Tengo un nivel de tolerancia bastante bajo. Hacia todo en general. Hacia nada en particular. Últimamente todo me pone del orto y arrugo tanto la cara durante tanto tiempo que a veces me confundo, me olvido y siento que esa es la versión original de mi misma. Del orto. Del orto. Del orto. Mi versión original de mí es la versión arrugada, amarga, fea, quejosa, odiosa. Si alguna vez me río es casualidad. Si alguna vez te causa gracia algo de lo que digo es porque seguramente no entendiste una ironía. Si te caigo bien seguramente me encontraste borracha, drogada. O dormida.
Pero tengo facetas esporádicas, sorpresivas y efímeras de mi personalidad que son lo mejor de lo mejor. Son tan buenas que se sienten como una noche de verano andando en bicicleta. Con una brisa cálida y una leve llovizna. Y con él. Siempre con él.
Pero son sólo facetas. Difíciles de predecir. Imposibles de retener. Porque mi personalidad diabólica es fuerte, empecinada y caprichosa. Y es la original, la perseverante, la que predomina.
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