jueves, 19 de junio de 2008

Hay veces que escribo un montón y hay veces que no escribo casi nada. No es que no tenga nada para decir...siempre alguna boludés me pasa. Pero es como si se me fuera la inspiración o el humor o lo que sea. Y como hoy me levanté exageradamente feliz (no sé si se puede ser exageradamente feliz pero igual) decidí escribir algo. Como aquel octubre en que escribía sin pensar...cuando no hablaba de pseudos amores y de cosas pegajosas que a nadie le importan.

Entonces si vas a la peluquería y le decís al peluquero que querés un corte de pelo más copado pero que no se te vayan las puntas para afuera y un flequillo que no dé la impresión de que tenés un casco puesto, el peluquero sin excepción entiende que querés un corte no copado, con las puntas para afuera y un flequillo que da la impresión de que te la pasás andando en moto. Así que si durante el siguiente mes me ves con 10 ganchitos en el pelo, no preguntes...ya sabés la maldita razón.

Volviendo del gimnasio, debí enfrentarme a una situación de alto riesgo. Dos palomas paradas en una vereda más angosta de lo común. Dos muchachos que merecían que pasara desfilando. Sin la presencia de los muchachos hubiese pasado por al lado de las palomas pegada a la pared y a los gritos. Pero su presencia me obligó a comportarme como una persona normal. O por lo menos ese era el plan. Caminé como si no pasara nada, pero al pasar cerquita de una de las palomas, ésta abrió sus alas. Me asusté. Pegué un grito. Quedé como una tarada. Conclusión: si hay palomas, es imposible hacerme la diosa.

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